La mayoría de nuestros alimentos depende de la polinización de las abejas, un insecto que lleva en peligro desde hace décadas. Estas son las iniciativas científicas que las protegen y aseguran su supervivencia.

Se dice que el trino de los pájaros es tranquilizador para los humanos porque las aves solo callan en presencia de depredadores. Algo similar sucede con el zumbido perezoso de las abejas en los campos. Parece como si su abejorreo, cada vez más apagado, fuera una señal de alarma ante cualquier peligro acechante. En realidad, la ausencia de abejas es indicativa de problemas medioambientales graves, la mayoría de ellos ocasionados por la actividad humana.

Detrás de este declive en la población de las abejas, cabe mencionar factores como los pesticidas, las especies invasoras, los incendios forestales o el cambio climático, que amenazan a estos valiosos polinizadores. Solo en Europa una de cada diez especies corre peligro de extinción. Sin embargo, la comunidad científica, liderada por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés), está contraatacando con un arsenal de evidencia y proyectos innovadores.

La importancia vital de las abejas

La advertencia es clara: sin abejas, nuestra despensa no tardaría en vaciarse. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), de las 100 especies de cultivos que proporcionan el 90% de los alimentos en todo el mundo, 71 son polinizadas por abejas. Su trabajo es invisible pero esencial, y su desaparición sería catastrófica para la biodiversidad y la alimentación humana.

En las últimas décadas, científicos, apicultores y agricultores en toda Europa han observado con alarma la disminución y deterioro de las poblaciones de abejas. Para afrontar esta emergencia, la EFSA, respaldada por el Parlamento Europeo, ha tomado medidas significativas. En 2015, lanzó el proyecto MUST-B para acudir en rescate de las abejas melíferas por medio de un método que evaluase los diversos factores estresantes a los que se enfrentan estos insectos.

¿Qué podemos hacer para proteger a las abejas?

Más allá de las grandes iniciativas científicas, cada uno de nosotros puede poner su grano de arena o, mejor dicho, de polen para ayudar a las abejas. Incluso quienes viven en la ciudad tienen alternativas a la hora de crear un entorno más acogedor para ellas. Por ejemplo, un balcón, una terraza o un patio con plantas florecientes que ofrezcan néctar y polen en las distintas estaciones del año. Piensa en ello como un pequeño oasis para abejas y otros polinizadores.

La clave está en la diversidad. Diferentes flores proporcionan una amplia variedad de nutrientes, y siempre es preferible optar por flora local en lugar de plantas exóticas. Las abejas silvestres, que representan la mayoría de las especies de abejas, conocen y prefieren la flora silvestre nativa.

Un universo de diversidad

Aunque a lo largo de este artículo hemos hablado principalmente de las abejas de forma genérica, se trata de un vasto grupo que abarca más de veinte mil especies diseminadas por todo el mundo. Su nombre técnico es el de antófilos, que en griego significa “el que ama las flores”. Solo una de esas especies, la Apis mellifera, se utiliza para la producción de miel. El resto son abejas silvestres, de las que solo en Europa hay dos mil distintas. Y un dato que llama la atención: en contra de lo que se suele pensar, tres cuartas partes de ellas son abejas solitarias, es decir, no viven en colonias o enjambres.

Las abejas no solo endulzan nuestros días con miel; son guardianas silenciosas de nuestra biodiversidad y seguridad alimentaria. La ciencia está respondiendo a su llamada de auxilio, pero todos podemos poner de nuestra parte. Desde la ventana de tu casa hasta los campos de cultivo, cada esfuerzo cuenta a la hora de proteger a las abejas y facilitar que prosigan con su vital labor.

Fuente: Sostenibilidad para todos