Xavier Gutierrez

Urgen medidas persuasivas y coercitivas, no hay vuelta de hoja

La ciudad capital, Puebla, vive un gigantismo descomunal. Ha crecido en todas las proporciones, hacia todas direcciones y existen zonas en que parece dominar la barbarie.

Un caos organizado sostenido por alfileres. El problema no es de ahora. Es la acumulación de muchos años. Los gobiernos han privilegiado el “fachadismo”, algunas zonas comerciales o residenciales, pero el análisis del conjunto es horrendo.

Se ven parches, acciones aisladas, destellos de atención hacia alguna área, pero no se advierte un proyecto regulador integral que ataque diversos frentes con soluciones de largo plazo, con la ley en la mano.

Un flanco francamente salvaje es el transporte urbano. La mayor parte de las unidades de transporte -autobuses, microbuses, combis y motos- han tomado la ciudad por asalto y no hay reglamento, ley o funcionario que meta orden.

Este problema, como otros, no es responsabilidad exclusiva de los funcionarios, es cierto. Los habitantes, al menos un alto porcentaje de ellos, especialmente los prestadores de algún servicio y de modo muy particular el transporte de pasajeros o carga, ejercen un poder avasallante sobre el hombre común.

No se requieren estudios o estadísticas. Párese en una esquina y observe. Cualquiera lo puede constatar, a toda hora y en cualquier sitio.

 Es el triste paisaje diario en la capital. Un terrible caos, la proliferación de abusos, las transgresiones a las normas viales, el atropello a los transeúntes o conductores de autos, el tránsito amenazante, sujetos que con un salvajismo selvático reinan en las calles.

No hay distingos en las arterias. Esta especie de terror vial urbano se aprecia en las calles del Centro Histórico igual que en las grandes avenidas, en las antiguas colonias o en las modernas extensiones pobladas, en las avenidas de los nuevos fraccionamientos o en las entradas o salidas de la ciudad.

Si hubiera que poner un ejemplo, la ruta de autobuses “Diez” y su ejército de choferes energúmenos impunes es la campeona.

No se exagera: es la ley del más fuerte. Es francamente atemorizante manejar en Puebla capital.

Circulan a todas horas y por diversos rumbos patrullas, esto es cierto, abundan este tipo de unidades. Pero su papel se advierte como un paseo, porque su presencia no se traduce en una mejoría mínima del orden urbano.

La autoridad municipal tiene que hacerse notar. Este es un flanco en que no se advierte el mínimo esfuerzo del gobierno de Pepe Chedraui. Insistimos: este clima ya prevalecía antes, pero se mantiene intocado. Corregido y aumentado.

Los funcionarios del área vial, de la regulación urbana, deberían ofrecer proyectos o programas que ataquen de modo frontal este gigantesco y amenazante monstruo. Y más que eso, soluciones graduales verificables cada día. Y se están tardando.

Pululan por doquier oficiales de tránsito, patrullas; se oye hablar de ordenamiento en el transporte, vigencia del reglamento, pero nada de esto da por resultado una mejor imagen y vida de calidad en Puebla.

Pasan por alto cosas elementales: en buena medida la ciudad capital es el espejo del estado, es la “cara bonita de Puebla”. En la zona metropolitana de Puebla reside quizá alrededor del cincuenta por ciento de los poblanos, es el eterno escaparate de los visitantes nacionales y extranjeros.

Puebla, además, es asiento de una enorme población flotante de estudiantes y familiares procedentes de todo el país; es sede de muchas universidades de todo tipo -hablando de calidad-, es cruce de rutas clave hacia la costa y el sureste, es, en suma, la cuarta ciudad de la república.

Lo que es Puebla, se vende a través de la imagen de su ciudad capital. Esto es un hecho incontrovertible.

Y es evidente que la otra mitad de este problema -de pésima imagen negativa urbana, con baches, basura, zonas verdes abandonadas, desorden en el tránsito, agresividad rodante que se traduce en inseguridad, miedo, pésimo transporte- compete a la sociedad.

La cultura vial y la urbanidad del poblano común, de un alto porcentaje al menos, está por los suelos. Esto es algo que vemos a diario como parte del panorama común: es mínimo el respeto a las normas urbanas en la calle.

Pero alguien tiene que romper el círculo vicioso. Y es la autoridad. Es un imperativo hacerlo, una responsabilidad y deber inexcusable. Y lo tiene que hacer en todos los planos y niveles: con educación y orientación vial por todos los medios, escuelas y hogares incluidos. Con actos persuasivos y medidas coercitivas. No hay vuelta de hoja.

Pero, además, con un programa preventivo intenso y masivo, con medidas enérgicas, con mano dura ahí donde no hay alternativa. Ya se advierte una modesta acción municipal en la reparación de baches, un problema realmente mayúsculo que durante meses se mantuvo intocado por la mano y el interés del gobierno capitalino, ligado estrechamente a todo lo aquí expuesto.

Buena parte de la imagen que un pueblo tiene de su autoridad, se deriva de lo que el ciudadano ve, vive y sufre a diario. Y es un secreto a voces, ¡un auténtico grito!, que desde que arrancó el gobierno capitalino, nadie ha osado tocar este flanco enorme y vergonzoso de la cotidianidad poblana.

Hacen falta pues, acciones, un gobierno visible y solucionador, una supervisión ejecutiva y eficiente. Y lo más importante: dar cuenta a diario del estado de cosas y la respuesta que se traduzca en soluciones.

Si no hay nada de esto, nos quedamos en puro jarabe de pico. Y la gente tiene memoria, registra, evalúa, califica… y en su momento vota.

Gobernador y arzobispo

Dos evaluaciones de cara a los medios vimos recientemente. La del gobernador Alejandro Armenta con una exposición exhaustiva de su quehacer en estos primeros meses, que incluyó una atención subrayada para limpiar de corrupción diversas áreas del gobierno estatal y las presidencias municipales.

Y la del arzobispo Víctor Sánchez Espinosa, quien al cumplir 75 prepara su retiro de acuerdo a la legislación eclesiástica.

El gobernador Armenta ha comprometido su palabra en obras que respondan al interés genuino de las comunidades, sin “moches” ni manejos turbios, vigilando el destino de los recursos y supervisando de cerca la honestidad cabal de los alcaldes, área donde es común que prevalezcan desvíos económicos, nepotismo y abusos.

En el quehacer gubernativo, tan importante son las obras materiales como las de contenido ético. Una tarea y otra van de la mano. Y después de sexenios de abuso, derroche y robos descarados, saludable será ver resultados tangibles en el sexenio en curso.

Por lo que hace a la tarea de don Víctor, es unánime el reconocimiento de que su desempeño ha estado caracterizado por la prudencia, la armonía en la difícil geografía poblana y el trabajo incansable por toda la entidad en su ministerio pastoral.

xgt49@yahoo.com.mx