Xavier Gutierrez

La suerte está echada, no habrá modificación brusca del escenario

Admito que puedo estar equivocado, pero reitero mi apreciación de que los debates son una obra teatral. Un espectáculo televisivo. El montaje de una especie de telenovela.

Cosecha mejores opiniones y aplausos quien desempeña mejor su papel teatral. Quien se prepara, domina sus emociones y se dirige al público con mejores recursos histriónicos.

Finalmente, este tipo de confrontaciones son en realidad monólogos. Y como tales, si bien lo entendieran los participantes, debieran concentrarse en atender al público, y lateralmente a sus compañeros de escena.

La imagen que proyecta la televisión permite apreciar dominio del tema, seguridad, control de las emociones, confianza en sí mismo, aplomo, jovialidad y simpatía. Eso lo observa el televidente, no los participantes.

Mirar a los participantes en el debate presidencial con esta lupa, con sentido común y visión de espectador, nos puede mostrar que quien mejor proyectó su imagen esta vez fue Jorge Máynez.

Me dejó la impresión que registró un notable progreso escénico con respecto a los debates anteriores. Sencillamente, hizo la tarea.

Es curioso, lo hizo suprimiendo un gesto que sin duda le recomendaron para estos debates sus asesores y que parecía absolutamente artificial: la sonrisa. Eso, sonreír, que es una sugerencia machacona de los cuidadores de imagen, a este candidato le hizo daño. Anoche era otro. Dejó de ser lo que no era y ofreció su flanco más franco. Era él, punto.

Dejó ese gesto (si acaso lo usó un par de ocasiones) y vendió una imagen de seriedad, preparación y soltura.  Pareció un tipo que sabía de qué hablaba. Estudió, se documentó, utilizó con inteligencia las omisiones, evasivas o recursos fallidos de sus competidoras y le sacó mucho provecho.

Ya es sabido que los debates dejan como utilidad no más de tres puntos para quien a juicio del público “resulte ganador”. Decisión ésta que, como hemos comentado, siempre será subjetiva.

Xóchitl Gálvez repitió su rol. Corregido y aumentado. Los carteles, las acusaciones, los señalamientos de barandilla. Pero algo más muy de su sello personal que no varía: una mirada con fobia, hiriente, con burla, con destellos de odio. Rasgos de rencor, venganza. Puede no ser así la dama, pero eso se capta en la imagen televisiva.

¿Puede sumar un actor así? ¿Crea confianza, simpatías? ¿Es amistosa, amigable esa faceta de su lenguaje corporal? Si usted la vio podría hacer un ejercicio de respuesta a estas preguntas.

Tuvo un agregado negativo en esta clase de contiendas: el referente al componente religioso. Utilizó Xóchitl un recurso buscando enemistar a Claudia con quienes profesan la religión católica, la encasilló como no creyente, le adjudicó esa postura en un intento muy arcaico de mezclar los asuntos personalísimos de creencia o no, posesión de fe o no, en cuestiones políticas.

Este recurso y su presunto origen judío ya lo han utilizado en contra de Sheinbaum. Pero ha sido parte de la propaganda negra, el lodo anónimo, la perversión de redes donde todo cabe, desde estiércol hasta posturas tan racistas como el anti indigenismo o  clasismo.

Por esto, se vio bajuna la actitud de Xóchitl al apelar a ese recurso en la televisión.  En un escenario como el debate, ese planteamiento parece incendiario, provocador y primitivo.

Claudia tuvo el tacto y madurez de eludir una confrontación sobre la materia. Mostró altura de miras y no bajó al valle de las trivialidades con gasolina.

En cambio, si cayó en el trillado temario de señalamientos. Aunque esta vez lo hizo en menor proporción, prefirió el listado de propuestas y dejó pasar bolas de humo sin acuse de recibo. La lógica así lo apuntaba en su estrategia. Decidió dejar ese armamento para quien lo necesita por ir muy abajo en las encuestas y se mostró con señorío en la trinchera donde parece tener seguridad firme por la ventaja numérica.

Claudia prácticamente no se salió del guion desde el primer debate. Dominio pleno de la gestualidad y el lenguaje corporal. Acaso hasta un punto estatuario, gélido, férreo por momentos. A su favor le funciona porque resulta contrastante con las incendiarias miradas de su adversaria. Tiene en su contra la comparación que con obviedad muchos hacen con la figura imantada y carismática del presidente. Ese es su riesgo.

Me queda la impresión de que Máynez cosechará mejores comentarios producto de su trabajo, dedicación y aprendizaje. Así es esto. Eso probablemente lo llevará a quitarle algunos puntos a Xóchitl… para beneficio de Claudia.

Por lo demás, no olvidar que la televisión es un monstruo devorador de consumidores. Seduce a quienes han sido amaestrados durante décadas por la persuasión hipnótica de lo banal, erótico, escandaloso y pasajero. Lo que carece de estos ingredientes no tiene “jalón”. Da la impresión que luego del primer debate viene a menos el atractivo para el público. Y que el círculo que pese a todo los sigue no es el de las grandes masas, sino que se reduce a ciertas capas.

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