Román Sánchez Zamora

La sabiduría, entre más exquisita es humilde y simple, lejana a la soberbia del arte mercantil

La búsqueda del saber, el anhelo por tener el poder, las letras, el ser sabio; el que todo puede predecir porque su vasta experiencia lo recarga en dos vértices: en los libros que medita y los libros que escribe, la suculenta lectura y el describir las realidades, así como citar a personajes poco conocidos que únicamente el gran lector podría.

 Por ejemplo, los eruditos del Medio Oriente, los matemáticos más allá de la Mesopotamia y saber leer escritos de la biblioteca de Alejandría, todo ello causa revuelo en los que disfrutan de las letras y del descubrimiento.

Papeles envenenados, inciensos que evocan paisajes lejanos y silbidos en las paredes que cuidan celosamente las letras de sabiduría y descripciones más allá de Homero, más allá de Sísifo, o quizá de las anécdotas de Diógenes, todas cubiertas de las glorias de los Kanes mongoles y las brechas del saber que se pudo ver con el brillo de la pólvora china y el trato desde la paz a la guerra que se vive en el interior del ser descrito por Sun Tzu y repetido por los mejores generales en tiempos de guerra.

El poderío del saber en más de cinco de milenios, las coincidencias de la sabiduría lejana, siempre en pro de una academia que hasta en México se tuvo, por los observatorios y las meditaciones tanto contables como de poesía de sus monarcas, como los haikus, lejanos y diminutos, tendientes a la perfección.

Azuela, lo escucho como se escucha a un maestro, y cuando se es un igual, el respeto es más fuerte.

Las distancias de nuestra formación, las coincidencias de nuestros viajes y la virtud de tener la oportunidad, nos pone en un espacio envidiable, me preocupa, por no tener esa escuela del pensamiento desarrollada a cien años.

Los pensadores meditan.