Román Sánchez Zamora

Las emociones cambian las vidas, las emociones nos llevan a mundos imaginarios y olvidados

La fiesta era buena, porque estaban los bohemios de la generación, hasta que llegó uno de los convidados y él allí vio a ella, con la sonrisa que le conquistó y sobre todo sus ojos. Al saludarle disfrutó sentir su palma y de inmediato volteo él a la mesa, tomó su copa y brindó por la Navidad, todo para ocultar ese suspiro violentado por una extraña dama, en una noche que pasó de única a brillante.

-“Nunca más le volveré a ver tranquilo”, se dijo a sí mismo.

La nochelas risas de pronto se escapaban al ver sus ojos y ella le sonreía.
Él en un momento habló con ella y era muy agradable.

Una tarde ella le llamó.
Él no lo podía creer.
Ella necesitaba ir a un pueblo cercano.

Se vieron en la improvisada parada de autobuses, entre palos y láminas, sonrieron y hablaron a qué irían. Él no sabía qué hacer, con sus 18 años, no era el experimentado seductor.

Llegaron a la casa. Ella pasó a varios lugares, entre padrinos y amigos de la infancia que se emocionaban por verle; ella estaba alegre. Por fin entraron a su casa, luego le dijo que era una de tantas que su papá le había heredado a ella, él le dijo que le deba gusto.

Él se sentó en un sillón, había revistas muy viejas, pero muy bien conservadas y se comenzó a imaginar que en los años que salieron esas gráficas y ver el cómo vivían en las tierras lejanas, en realidades ajenas y letras discordantes a su mundo.

Regresaron por la tarde. Ella le dijo que le había encantado viajar con él, le agradeció por la charla, la compañía y más por el respetuoso trato.

Él, no era un interesado…
Ellos nunca volvieron a verse.
Desinteresados.