Los amores son fugaces, sin sentido ni compromiso; la mentira es su veneno, poco a poco muere
Él se acercó a ella.
Ella lloraba en una plaza, el calor de primavera, por la soledad de sus días idos.
Le dijo que esperaría hasta que alguien llegara por ella.
Ella le dijo que se sentía muy mal, que todo su mundo se había terminado, que no valía la pena vivir.
Él, solo observo, no le tocó, sólo espero a su lado a que llegara la amiga.
La pregunta vino a él: “¿Por qué yo no tengo la oportunidad que tuvo al que le ofreces tus lágrimas?”
Ella no tenía la respuesta, no debía tenerla ni era obligado saber; el que busca, no necesariamente está obligado a encontrar. En su andar y búsqueda encuentra amigos, sueños, proyectos y hasta amores que no tenía idea que los haría parte de su vida, aunque él tuviera que partir de la vida de ellos.
Jamás volvieron a coincidir, jamás se buscaron a pesar que los dos recordaban el lugar y se buscaban cuando pasaban por allí. La casualidad podría ser parte fundamental de una historia que terminó al ver llegar a la amiga.
El amor llorado era un bohemio, tipo de pocas letras, pero de muchas palabras arrancadas de canciones que con la habilidad de un seductor podría acomodar cada frase para ocultar sus intenciones pasionales.
Ella contra la voluntad de sus padres, dejó el nido familiar a los quince años, se desesperaba por verlo, deseaba más palabras, deseaba escucharlo y sentir su mano entre las suyas, uno de los argumentos eran las tres decenas de años que llevaba en sus venas.
Era una chica enamorada, era una chica que amaba, que deseaba vivir toda su vida con él, sin él la vida ya había dejado de tener algún sentido.
Esa tarde de lágrimas, ella le buscó y él se había marchado.