Román Sánchez Zamora

Los laberintos de la mente, de dolientes, de amores, se retuercen, distancia y olvido

Se amaban tanto y nadie los quiso apoyar, les dieron la espalda, que no eran el uno para el otro; en las reuniones siempre decían que eran el agua y aceite que hizo el mejor guiso.

Hoy, ella camina en este lugar, en este asilo, ¡qué casa de descanso…! ¡Bah!.

Entraron cinco tipos a su casa, los esperaron, ellos salieron de la fiesta, fue una gran fiesta. Los ataron, los tuvieron allí sin comer ni beber agua durante tres días.

Ella no fue atacada sexualmente, que era algo que ya esperaban.

A cada uno en un cuarto.

Esperaron… Los escuchaban hablar. Se podía hablar, las puertas estaban abiertas.

Esperaban que pidieran rescate, que se llevaran la camioneta o las tarjetas. Ellos hablaban afuera de la casa, nunca delante de ellos.

Y el momento llegó… calambres, dolores, gritos de dolor, Daniel, no pudo más, era la sed, la falta de alimento, la angustia… “No sé” -me dijo Vanesa-, varias veces, muchas veces y gritaba, lloraba y muchas veces hasta quedar dormida, yo solo podía ver su dolor.

Vanesa se fue lejos, no supimos de ella, por años…

En un viaje escuché su voz, era ella, muy pulcra, pero desvalida, con la mirada perdida, pedía otra copa al mesero.

-¿Vanesa?

Me miró y lloró como siempre y el eterno. ¿Por qué?

-Siempre nos comunicamos, mi esposo murió, mis hijos se fueron…

Hablamos y decidimos vivir aquí…

Cuidaríamos de nosotras, pero acudo a su auxilio cuando vuelven sus recuerdos, me los imagino un día más juntos, que Daniel llega y se la lleva, se amaban tanto… que nunca supimos ni quienes fueron ni el por qué, pero sí la dejaron marcada para toda su vida…

Epílogo

El papá de Vanesa atropelló a una niña, los dolorosos que sufran, como ella sufre.

Infiernos..