Román Sánchez Zamora

Los problemas del agua siempre han sido de cuidado, de muerte, y poder, no es algo nuevo

Hace años hubo un señor que se sentía el cacique de la región. Cuando los del pueblo de arriba tomaron la afluente y no tuvimos más agua ni para el ganado, hasta allí llegó el cacique.

Nos enfrentamos a tiros, logramos avanzar hasta donde ellos tenían cerrados los veneros, allí pasamos como ocho semanas, yo era un joven de catorce años.

Fueron a ver al cacique, quien palideció cuando uno de ellos le dijo que ya no eran sus tiempos, y le recitó las direcciones en la ciudad de cada uno de sus hijos y que hacían en ese momento.

Allí vieron que no habría arreglo con un mediador.

Mientras buscábamos cómo hacer más trincheras; había un ingeniero militar retirado con nosotros. En esos días fue mi maestro, me mostró un banco de piedras de río, pero … ¿a tanta altura?

Seguimos escarbando y limpiando y encontramos un piso, con una gran cruz, y ya pudo explicarme que hace años se veía que ya habían tenido otro pleito similar, porque allí mismo se destaparon placas de tumbas donde tenían el nombre de nuestro pueblo.

Habían destruido la iglesia, destruyeron todo vestigio para hacerse de más territorio y hacerse de los veneros, la prueba estaba a un metro enterrado, pero se tenía uno que subir al cerro donde estuvo una vez esa iglesia.

Se tuvieron que llevar a las autoridades de la capital, luego a las nacionales para reclamar ese territorio y volver a tener los veneros de agua.

Los topógrafos descubrieron que los caminos de piedra de separación de territorios habían sido tapados pero que allí continuaban.

Los del pueblo de San Agustín se disculparon, y pidieron que no les fueran a quitar el beneficio, que lo sentían que les habían calentado la cabeza.

La envidia es mezquina y ciega.