Alejandro Carvajal

El desplazamiento y el colonialismo cultural y simbólico recorren las calles de la ciudad de Puebla

En 1964 Ruth Glass acuñó el término “gentrificación” para referirse a los barrios proletarios londinenses que eran desplazados por aristócratas que a su vez eran desplazados por burgueses de sus zonas de origen. En América Latina este fenómeno ha sucedido con agresiva velocidad a la par del neoliberalismo en ciudades como Buenos Aires, Santiago, Sao Paulo y en el Distrito Federal hoy Ciudad de México.

En las ciudades de nuestra américa el fenómeno es aún más complejo, pues viene acompañado de colonialismo cultural y blanqueamiento simbólico “whitening”: gentrificación transnacional o global. Por ello barrios tan emblemáticos como Polanco, las Condesas y las Romas han levantado alarmas de un fenómeno que puede alcanzar a ciudades como Querétaro, León o Puebla.

La gentrificación usualmente se explica en las grandes ciudades, sin embargo, las presiones de los habitantes originarios, como la marcha que se dio el pasado fin de semana con la consigna de “gringo go home” generan desplazamientos hacia ciudades o espacios de menor plusvalía, pero que al llegar, generan una alteración de los precios locales, y nuevamente generan desplazamiento del habitante de zona popular a zona periferia.

En los últimos años, quienes caminamos las calles de Puebla hemos sido testigos de un fenómeno que avanza silencioso pero implacable: la gentrificación. Se trata de un proceso urbano que, aunque disfrazado de «renovación», «rescate patrimonial» o “repoblamiento”, en realidad esconde una lógica perversa: expulsar a las y los habitantes originales de nuestros barrios para dar paso a intereses económicos ajenos, en su mayoría vinculados al turismo, la especulación inmobiliaria y el consumo elitista.

El caso mexicano es muy interesante. La Zona Rosa de la Ciudad de México siempre fue de alto valor simbólico y residencia de la clase económica mexicana, misma que ha sido desplazada por extranjeros con una moneda más fortalecida frente al peso mexicano; esto lo explica perfectamente el nómada digital “gana en dólares, pero gasta en pesos».

La gentrificación no es solo un fenómeno físico; es un problema social y ético. Hoy vemos cómo barrios populares como El Alto, La Luz, Analco y las inmediaciones del Centro Histórico están siendo transformados por proyectos que prometen «modernidad», pero que al final del día terminan expulsando a quienes dieron vida a esos espacios. Las rentas se disparan, los negocios tradicionales desaparecen y los vecinos de toda la vida se ven obligados a migrar a la periferia o a aceptar condiciones precarias.

Puebla no puede seguir el camino de otras ciudades que ante la falta de visión condenaron a su población a ser desplazadas. La defensa del espacio público y del derecho a la vivienda es el tema por excelencia del siglo XXI, pues implica el derecho a la ciudad, la vivienda, la movilidad, el trabajo e incluso es una resistencia contra la globalización.