Alejandro Carvajal

EE. UU. e Israel han avivado conflictos que amenazan la estabilidad global y la paz mundial

El mundo observa con preocupación la reacción del gobierno estadounidense ante los conflictos internos y externos que enfrenta el presidente Donald Trump. Uno de los más alarmantes es la reciente declaración de guerra de Israel contra Irán, que marca el inicio de un eventual conflicto armado entre dos potencias regionales altamente militarizadas. Esta escalada bélica refleja, una vez más, la vocación inmoral y agresiva del gobierno israelí, evidenciada también en su trato de exterminio sistemático hacia el pueblo palestino.

El conflicto actual tiene como telón de fondo la indignación internacional frente al genocidio perpetrado en Palestina, lo que ha radicalizado a diversos grupos nacionalistas en Medio Oriente. A ello se suma el crecimiento de Irán como potencia nuclear, motivo por el cual Israel lanzó una ofensiva contra puntos estratégicos en territorio iraní —como Natanz, Fordow, centros de investigación y edificios vinculados a la Guardia Revolucionaria e inteligencia iraní— bajo el argumento de neutralizar una amenaza existencial.

En respuesta, Irán ha desplegado misiles que han logrado vulnerar el sistema de defensa conocido como “Cúpula de Hierro”, provocando pánico en la población israelí. Sin embargo, las mayores afectaciones, tanto en vidas humanas como en infraestructura, han sido sufridas por Irán.

Benjamín “Bibi” Netanyahu ha justificado estas acciones como parte de una estrategia de seguridad nacional, argumentando que el desarrollo armamentista y nuclear iraní pone en riesgo la supervivencia de Israel. Por su parte, Irán, además de defender su soberanía, busca posicionarse como contrapeso ante la actitud beligerante y expansionista de Israel en la región. De ahí las acusaciones sobre el respaldo iraní a grupos como Hezbolá.

La relevancia de este conflicto trasciende lo regional. En el tablero geopolítico global, el estrecho de Ormuz —una de las principales rutas marítimas de suministro energético hacia Europa y Asia— convierte este enfrentamiento en una disputa estratégica. La afectación indirecta de actores como China y Rusia obliga a Estados Unidos a involucrarse, con el objetivo de desestabilizar a Irán y mantener su hegemonía mundial.

En este escenario, Donald Trump enfrenta crecientes tensiones internas, incluida una polarización social agravada por un discurso xenófobo que, según varios analistas, seguirá utilizando como cortina de humo ante la posibilidad real de una guerra de gran escala.

México no es ajeno a estas tensiones. El conflicto ya repercute en nuestro país a través del alza en los precios internacionales del petróleo, lo que impacta directamente en el costo de los combustibles y de productos de la canasta básica. En este contexto, el posicionamiento de México debe ser cuidadoso. Como potencia regional, nuestro país tiene la posibilidad de ser un actor mediador, promotor de paz, o bien, un engranaje más en la narrativa intervencionista de Estados Unidos. No sería extraño que la presidenta Claudia Sheinbaum enfrente presiones para adoptar una postura clara en este conflicto.

Como legislador por Morena, sostengo una postura basada en el humanismo mexicano y en los principios de autodeterminación de los pueblos. Desde esta perspectiva emancipadora, abogo por la diplomacia multilateral, el fortalecimiento del derecho internacional y la protección de las poblaciones civiles.

Por ello, hacemos un firme llamado a la paz. No podemos permitir que los intereses geopolíticos de las grandes potencias cobren nuevas víctimas ni que se utilicen las guerras para afianzar proyectos políticos autoritarios. Resistir a las embestidas de Trump y Netanyahu no es solo un acto de solidaridad internacional, es también una defensa de la vida, de la soberaníay de un orden global justo y pacífico.