Cuando poderosas y corruptas parentelas toman un poder para su provecho
Una falacia es un engaño, fraude o mentira. En México estamos llenos de falacias.
Las hay en todos lados, en todos los ámbitos.
Pero sucede que convivimos con ellas de manera cotidiana y ya son parte de nuestra naturaleza. Ya no advertimos la veracidad de algo, la autenticidad. Y entonces la falacia se ha vestido de verdad y la aceptamos sin distinción.
Viene a cuento esto por la observación que me hace un lector amigo. Me dice:
“Mira, por un arquitecto hay veinte albañiles, por un empresario importante hay cincuenta comerciantes informales, por un gerente existen veinte obreros, por un ingeniero agrónomo hay cien campesinos.”
“Por poner un ejemplo, los periodistas de la comentocracia nacional (columnistas, comentaristas, conductores de radio y televisión y usuarios comunes de las redes) platican con el arquitecto, el empresario, el comerciante, el gerente y el ingeniero, que son cuatro, pero nunca con los otros 190, hasta pareciera que para ellos no existen, y perciben que el pensamiento de los de arriba representan a la población total…”
“Te lo planteo de otra manera, en nuestro país hay 130 millones de habitantes, si dejamos de lado a los niños quizá quedamos como 105 millones. Y resulta que los que dicen representar a la sociedad mexicana, porque comentan, hablan, entrevistan, “dirigen”, “guían” a la gente, -dicen-, a la sociedad mexicana y que no fueron electos, quizá son acaso el cinco por ciento… ¿no resulta esto un absurdo?”.
Y sí, mucho hay de verdad en esto.
Si rascamos un poco en esta reflexión, ciertamente le encontramos sentido a las cifras y resultados de la reciente elección.
Un mundo, un mundillo es el que habita allá en las alturas, el que se mueve básicamente en el escenario de la capital del país, el que usa y usufructúa los medios y desde ellos pontifica, “aconseja” y censura. Todo esto sucede, a espaldas del mundo real, el de carne y hueso.
En esas sociedades de sabios y sabihondos se da un juego y rejuego para fines de manipuleo, control, aprovechamiento y comercialización en beneficio de intereses poderosos que obviamente no se mencionan, mucho menos se confiesan.
Y esa cúpula, activa siempre, en su gran mayoría presta sus servicios a una madeja de intereses materiales y económicos específicamente, en competencia abierta o soterrada con el poder público, ahora. Y puntualizo el ahora porque no siempre ha sucedido así. Hace poco eran más evidentes los férreos nexos entre los poderes económico y político. Hoy los actores han sufrido un reacomodo.
Y en todo este escenario se dan sucesivas guerras, enfrentamientos, disputas… sí, de poderosísimos intereses.
Así por ejemplo, el tema de la reforma judicial que tiene como destinatario al Poder Judicial y la Suprema Corte particularmente. Según el Censo de INEGI de 2023, ahí laboran 53 mil 160 personas. Y se nos dice que este ente es independiente, autónomo, puro y diamantino, impoluto y ejemplo para el mundo.
Pero sucede que en la encuesta del mismo INEGI correspondiente a marzo-abril de 2024, respecto del grado de confianza de los mexicanos a instituciones y actores sociales, los jueces y magistrados, ministerios públicos y las fiscalías estatales, figuran en los sitios 21 y 22 en el grado de confianza.
Casi al fondo de la tabla de posiciones, sólo superados por las policías, diputados, senadores y partidos, campeonísimos indisputables de la desconfianza e incredulidad de los habitantes de este país.
Es decir, la gente no tiene confianza en quienes tienen en sus garras, es decir en sus manos, a la justicia.
Y a esto, le añadimos el dato que publicara este domingo a ocho columnas el diario La Jornada, donde se da cuenta de un estudio expuesto por la ministra Lenia Batres Guadarrama, en el que se establece un escandaloso y asqueroso nepotismo en el Poder Judicial, donde 455 jueces y magistrados dieron empleo a hijos, padres, esposas, tíos y hasta suegros de los togados. Agrega que la mitad de los jugadores contrató a parientes.
Para el observador común, esto es una telaraña de usufructuarios de la justicia en México, una familia enorme que ha tomado bajo su control todo un poder. Y esto, según se ha ventilado diversas ocasiones, se reproduce en los estados, donde las parentelas se reparten los jugosos puestos de la burocracia judicial y comercian con la justicia.
Decíamos en alguna ocasión, ¿usted conoce a un rico en la prisión? Todos sabemos que siempre existe en ese ámbito una variedad interminable de mecanismos de negociación y resulta común y corriente decir que en México la justicia se vende al mejor postor.
Esta, una obviedad del tamaño de una enorme roca, como la Peña de Bernal.
Común es también esa cuarteta popular que sintetiza de manera llana, sin barrocos razonamientos, el ejercicio de la justicia en México. Se cuenta que en las cárceles mexicanas ha sido tradición leer en sus paredes:
En este lugar maldito,
donde existe la tristeza,
no se castiga el delito,
se castiga la pobreza.
Para el hombre de a pie, esto es de modo gráfico la justicia en México.
Por supuesto que toda generalización es injusta, hasta esta misma frase.
Pero es que los islotes de justicia en nuestro país son garbanzos de a libra.
En el fondo, esta podredumbre es la que quiere remover la citada reforma judicial. Y por supuesto que tiene lógica y sentido. Rabiosos intereses se defienden, como es evidente.
El cómo es dónde radica la discusión. Se habla de una elección de jueces. Ese es uno de los nudos y acaso el núcleo del conflicto. Muchos debates, ideas, mecanismos y la concurrencia de fórmulas, prácticas y funciones tendrán que ser el camino que ofrezca opciones razonables para acometer las reformas.
Es deseable que así sea. El asunto lo reclama. Llegó el momento de que alguien le pusiera el cascabel al gato.