Román Sánchez Zamora

Despojados de la seguridad, la libertad, la vida, se observa ante esos miserables con placa

Un día llegaron al pueblo unos contratistas; trabajaron en la alcaldía, siempre en camionetas grandes, no nos extrañaba. Por lo pesado de su maquinaria, rentaron una casa a las afueras de la población.

Era común verlos muy de madrugada, o después de medianoche, porque trabajaban en los pueblos cercanos, nuestro pueblo tenía el acceso más cercano a la carretera federal.

Compraron la casa que rentaban, el rancho cercano y luego otro y luego otro más, algunos pensamos que eran muy prósperos hasta que llegaron los rumores que nosotros los protegíamos, que sus pasos no eran buenos y menos sus acciones.

Nos comenzamos a reunir, los de confianza del pueblo; supimos que la policía nacional lo sabía, que los protegían ante cualquier llamado, Los intocables les decían, que hasta ministros buscaban ser invitados por ellos a sus fiestas.

De pronto éramos extraños en nuestras propias tierras.

Y de pronto, llegó al que le decían El patrón, el cual nunca saludaba, a una junta nuestra y alguien había chivateado.

Nos dijo que no tuviéramos pendiente, que él vería por nosotros y nuestra seguridad, en ese momento me sentí despojado de mi seguridad, de mi familia, de mis cosechas a futuro, de pronto para muchos nuestra vida allí había terminado.

Se infiltraron por medio de un parlamentario, el cual lo llevó con diferentes alcaldes para ofrecer sus servicios de construcción, el gobierno en todas sus áreas estaba infiltrado. Un día todo terminó; tanto rancheros como estos jóvenes nos enfrentamos, éramos más y teníamos la familia aquí y aquí están nuestros muertos y no lo íbamos a dejar así, El patrón se fue a otro lugar con la misma estrategia de la constructora.

«Son buenos gallos, cada uno en su corral y aquí no pasó nada”, nos dijo el ministro de Seguridad, al visitarnos.