La vida, con diferentes tramas, emociones y hasta durezas, pero lo emocionante es seguir
La pantalla en blanco y negro mostraba un paisaje frío, helado, nieve, lejos de mi mundo, en donde la gente tenía unos pensamientos ajenos a una ama de casa; una radio que por la mañana exponía a un héroe, noticias de un mundo lejano y los aumentos de precios.
Sabía que otras radios mostraban un mundo diferente, en otros idiomas, otros canales de televisión a color ajeno a mí, a mis amigos, a mi familia.
Allí conocí a Orwell, Coppola, Kurosawa; no sabía quiénes eran, pero sus películas eran raras, más que Buñuel y su Perro Andaluz; ver una trama del Quijote y quedar en mí más preguntas que respuestas, primero del por qué hablaban así, porque eso no lo veían los niños como yo; al final entendí que un niño que desea ver su nombre en un diario o un libro eran raros, eran lejanos y hasta solitarios.
Mi anhelo era tener un librero, con libros, sentarme y hacerme más preguntas, pero ni el librero, ni los libros llegaron hasta mis diecinueve años.
No sin antes pasar por una serie de debates de Paz, Vargas Llosa, Krauze, Carlos Fuentes, Gabriel Zaid, entre otros, en donde se debatió de la dictadura perfecta, los intelectuales y sus precios, ante la irresponsabilidad social que a ellos correspondía.
Comenzar desde el principio, no era opción cuando los libros y las letras las vas tomando como llegan, como te las robas o te apropias de ellas de manera legítima.
De pronto, en medio de una fábrica te preguntas si eran opción esos libros que al final sus letras no cambiaron tu destino, pero el destino tarda en llegar y pronto haces libros, teorías, y la defensa en cátedra de lo que consideras adecuado para toda una generación que te escucha y resiente tu emoción.
