Román Sánchez Zamora

No busques tu vida en la muerte, en lo ido, en musgos, panteones; el sueño debe ser propio

El conocernos fue parte del quiebre en mi vida.
Una casa lejana a la mía.
Más museo que casa.
Un templo de la opulencia.

Del refrigerador disponible para todos en todo momento, más allá de las tortillas, un jitomate o un bote de yogur con sopa fría.

El conocernos fue parte del quiebre en mi vida.
Una casa lejana a la mía.
Más museo que casa.
Un templo de la opulencia.

Del refrigerador disponible para todos en todo momento, más allá de las tortillas, un jitomate o un bote de yogur con sopa fría.

Muchas preguntas quedaron en mi cabeza.
Nadie de estas personas trabajó esa fortuna.

¿Por qué comencé a luchar con un ser del pasado para lograr algo similar?

Parece que yo tenía más fantasmas que los que disfrutaban de esos cuadros, nombramientos y fortunas.

No fueron motivación, no fueron un camino, solo era el camino a la frustración.
Un largo camino de trabajo en soledad.

El otro había sido estar en el momento adecuado, en lugar preciso, no todos tienen de vecino de la niñez a un futuro presidente.

Entonces, supe mi momento en la vida.
Mi espacio.
Mi ser.
Mi circunstancia.

No era entrar al clan, se nace dentro de esos grupos para ser aceptado e impulsado. Solo unos años estuve atado a ese sueño ajeno, lejano, impropio.

No fue una derrota, fue un triunfo que me hizo hacer vida, vivir lo mío, lejos de sueños ajenos, como esa familia envuelta de fantasmas que gritaban ecos de otro tiempo.

Mi vida inventada y fraguada por mi.