Las tradiciones generaron identidad, pero al costo más alto la libertad plena del ser
¿Quién nos quitó la libertad? Nadie nos dijo que éramos libres y poco a poco nos hicimos esclavos de las necesidades infinitas, y allí nos quedamos por treinta o cuarenta años; en realidad los lazos nunca estuvieron amarrados al piso, al contrario, hasta les pusimos colores para distinguirnos unos de otros y algunos hasta compraron nuevos lazos para sentirse más especiales.
Lazos gordos y pesados, otros más delgados y hasta con brillantes, pero que siempre tenían una medida similar para todos; quien se lo quitaba era preso del miedo a ser rechazado porque no tenía ese lazo que al principio le ahogaba, pero con el tiempo le daba hasta felicidad.
En las festividades, el lazo se adornaba, con campanas, se hacía poesía sobre el lazo, se hacían canciones, sonetos y hasta cuentos de terror, de aventuras, todo sobre el mismo objeto.
Los pocos que se lo quitaban eran señalados, culpados porque no había llovido, porque hacía calor o mucho viento, cada uno dedicaba un tiempo hasta para hablar con su lazo, que gracias a eso se había hecho comunidad, los viajeros los ponían en sus caballos y al llegar al bosque lo amarraban en un árbol y otros ponían un clavo sobre la tierra, el fin era tener esa identidad; algunos decían que así se conectaban con la tierra.
Decían que gracias al lazo en sus cuellos que les colocaban desde bebés, los seres humanos podían vivir en la tierra, pero al cuestionar sobre la libertad y la posibilidad de un lazo esclavizante, les llamaban alborotadores, si todo estaba bien desde que tenían el lazo de la vida con un destino trazado.
El humano debe limpiar sus impurezas de la vida con ese lazo, de qué debe reír, con quién enamorarse, aceptando cada lágrima, que son alegorías a la vida.
