Román Sánchez Zamora

Es más simple vivir en el error perpetuo, en la costumbre, en la monarquía de las mayorías

Entonces vivieron felices para siempre.
Y jamás volvieron a separarse.
Y él aprendió una gran lección: se fue para ser feliz.
La familia nunca más volvió a padecer de esas necesidades.
…   y descansó en paz.

Los finales cambian en las letras, los finales lejanos a nuestra realidad, porque si no cierra en una sonrisa el relato, el cuento no sirve; esa letra que busca reivindicar al ser humano, a la familia, al clan, al grupo es lo importante, un ejemplo para las nuevas generaciones.

Al sentirse despojados, terminaron en un mar de llanto que se volvió en pobreza.
Y fueron traicionados por lo que creyeron y jamás volvieron a la conjura.
La expulsión inminente, lo volvió ajeno a los que hasta entonces fueron sus amigos.

La noticia llegó y no hubo salida, el camino era la degradación de su ser por la enfermedad.

Los que describen el caos, son aves de mala fortuna, que lejos deben estar de las nuevas generaciones, deben ser olvidados, sus letras quemadas, sus nombres borrados.

Las letras cercanas no pueden ser grandes, bien se escribió alguna vez: el buen filósofo no se hizo famoso en su tierra.

La navaja corre de un lado a otro, péndulo perpetuo en donde hay que esconder la cabeza por un tiempo hasta que nuevamente uno puede tomar otra bocanada de aire y calcular en qué momento se debe llenar al máximo los pulmones para no ser presa de la muerte pausada, pero presente.

Cada noche, se abrazan a sí mismos para apagar el frío porque en la tarde esa piscina se vacía, llegando el frío de la humedad la gente ya no se esconde y puede socializar, para que en la mañana este recipiente se vuelva a llenar y comience el suplicio agotador, diario y lento.