Román Sánchez Zamora

El mundo no cambia, los grupos siguen patrones de conducta, y se amoldan para sobrevivir

El día es similar al de ayer, al lunes de la semana pasada, al del mes pasado, al veintinueve de enero del veintidós y del dieciséis.

Entre la esperanza de la religión y los buenos deseos, en donde se habla de los caminos insospechados, solo observas lo deteriorado de tu cuerpo, de tus amigos, trato de hacer una retrospección de lo que era y lo que buscaba, muchos sueños por la edad ya se han ido.

Ya no seré el atleta que buscaba en los noventa, menos aun el posible astronauta, que en realidad nunca busqué ser, pero que un día fue el sueño de todo niño.

Han pasado muchos años. Muchos escritores, escribas, dictadores, manipuladores, tiranos han muerto, pero han dejado un legado a sus hijos los cuales también aprendieron de sus lecciones de vida, de su anecdotario cuando convivieron con un líder sindical, un cacique, los dueños de un clan o cártel, cuando la palabra se respetaba y todos cumplían su palabra, dicen que eran tiempos mejores.

Con la madurez, me di cuenta que era ser de los llamados a esas mesas, los que tenían la fortuna y las grandes mansiones, cargadas de leyendas, de mitos y de muchas fábulas en donde ellos ni fueron protagonistas, menos a un parte de esas andanzas del país posrevolucionario.

Algunos hablando que fueron parte de la redacción y defensa de la Constitución cuando fue el resultado de un pago millonario a un despacho, solo fue presentado, votado y así son las glorias de un pasado que poco a poco muere, pero que va dejando a sus vástagos como herederos obligados de un poder que nunca los hizo sentir responsabilidad alguna.

Sacudo mis calcetines, es momento de ir al trabajo, en la soledad con los cadáveres de mis más anhelados sueños.