El tener es mundano, vulgar, común; el tener es todo, y es lo más miserable de nosotros
¿Quién vive?
¿Quién muere?
¿Quiénes merecen tenerlo todo?
¿Quiénes merecen morir?
¿Quiénes merecen estar?
¿Quiénes merecen ser los excluidos?
Todos separados, etiquetados, hasta los selectos son excluidos del todo para ser parte de los pocos, pocos que pronto serán algo, y después nada.
El ser humano, siempre buscando diferencias, para sentirse parte de algo, más allá del conocimiento, más allá de esa espiritualidad que se presenta entre colores extremos, diferencias extremas entre lo natural y lo divino.
Cada ser más radical, entre más radical sea su ser supremo es mejor, no tener ser supremo es más radical que tenerlo, porque este es señalado más que él que no tiene, el buscar el por qué no tiene un ser supremo, porque todos lo deben tener obligadamente.
Aquí lo natural no existe.
Ni lo sereno.
Todos deben trabajar.
Todos deben creer.
Todos deben ser vencidos.
Todos deben ser rendidos.
Todos son parte de un grupo que busca traicionar en el mejor momento para salvarse, es su naturaleza.
El labio rojo.
Ojo azul.
Piel blanca.
Cabello rubio.
Y se disfraza el ser humano.
Por palabras.
Por tintes.
Por todo y por nada.
Revísate y verás las diferencias, música, manos, pies, gustos y tus propios ojos llorosos, entre enfermedades y la negación de un pasado que ya no existe y que es justo olvidar a la conveniencia del que lo dice.
Lo que conviene es lo que suma, aunque lo que te convenga es servir a otros como esclavo y te corte tus sueños porque es la economía y la vida política de los combinados y los dominantes mientras no preguntes, todo está bien, todo está perfecto, cuando lo grites, serás enemigo, pero si llegas al poder repetirás el error porque no fuiste para cambiar, sino para seguir el modelo radical.
Perdimos todo por nada.
