Gabriel López Castañeda

Acá entre Nos, Zacatlán no solo es un Pueblo Mágico de Puebla, es un refugio que, cada fin de semana, devuelve el alma a su lugar.

Es fácil perder la noción del tiempo entre sus calles empedradas, aromas de pan recién horneado y miradores que cortan el aliento. Así fue mi última escapada: una travesía de dos días que supo a queso, sonó a cristal tallado y terminó bajo el rugido de una cascada indómita.

Llegar un sábado por la tarde es la mejor decisión: el cielo suele vestirse de niebla ligera, como si el pueblo te susurrara al oído que te prepares para algo especial. La plaza principal late con la cadencia de un reloj que no olvida su herencia: aquí se fabrican relojes monumentales desde hace más de un siglo. A unos pasos, la Parroquia de San Pedro nos recibe con su fachada sobria, pero el verdadero espectáculo está detrás: los vitrales de Zacatlán, una galería de luz y color que se despliega en un mural de vidrio, relatando la historia del pueblo, sus raíces nahuas, su religiosidad y sus leyendas. Verlos al amanecer o con la luz tenue del atardecer es como asomarse a una vidriera mágica que narra su propio cuento.

Pero si los vitrales son para los ojos, la comida es para el corazón. No hay quien pase por Zacatlán sin probar su pan de queso, crujiente por fuera, suave y ligeramente ácido por dentro. Es una delicia única, distinta a cualquier panadería del país. Lo ideal es acompañarlo con un café de olla en el mercado o, si se prefiere algo más aventurero, lanzarse por unos tayoyos serranos o un plato de cecina con enchiladas verdes y un buen vino o sidra de diferentes frutas. Todo en porciones generosas, como dicta la hospitalidad serrana.

El domingo lo reservé para una joya natural: la Cascada de Quetzalapa. A una distancia corta de la ciudad, el camino hacia ella se vuelve una antesala de lo que está por venir: árboles altos, aire fresco y el murmullo cada vez más intenso del agua cayendo. El descenso exige algo de esfuerzo, pero cada paso vale la pena. Al llegar, el espectáculo es abrumador: una caída de más de 20 metros de agua pura, rodeada de un anfiteatro de vegetación espesa. Es imposible no sentirse diminuto (y al mismo tiempo pleno), frente a tanta belleza. Todos, sin excepción, se llevan algo en el alma.

De regreso al pueblo, la noche ofrece otra cara: música en vivo, niebla que se cuela entre las farolas, y un ponche de frutas que calienta más que las manos. Zacatlán es de esos lugares que no necesitan gritar para conquistar. Habla quedito, pero deja huella.

En un mundo que corre sin pausas, Zacatlán es el respiro que muchos necesitamos. Entre vitrales que cuentan historias, sabores que acarician la memoria y cascadas que limpian el pensamiento, un fin de semana aquí no solo se vive: se agradece.

Acá entre Nos, Zacatlán no fue el primer “Pueblo Mágico” y tampoco es el único, pero es el mejor lugar para pasar un fin de semana en contacto con la naturaleza y el poder contemplar la magnificencia de nuestra sierra poblana, en hora buena para la Presidenta Municipal, Beatriz Sánchez Galindo y a su Directora de Turismo, por hacer de su maravilloso municipio un lugar idóneo para pasar un gran fin de semana y para todos los bolsillos.

** El autor es Municipalista

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