Alejandro Carvajal

Solo 2% estudia carreras técnicas; la educación tradicional ya no garantiza empleo ni futuro

México debe concretarse en acciones tangibles que permitan a nuestra juventud acceder a un futuro digno. Más allá de becas e incentivos, la educación técnica y tecnológica es un eslabón perdido en el desarrollo nacional, una herramienta olvidada que hoy, más que nunca, debe convertirse en un pilar estratégico para la inclusión laboral, la movilidad social y la soberanía productiva.

Actualmente nuestro país ocupa el último lugar en la OCDE en cuanto a participación en programas de educación técnica no universitaria. Apenas el 2% de nuestros jóvenes opta por esta vía, en contraste con el 54% en Austria o el 38% en Alemania. ¿Será casualidad que los jóvenes egresados de nuestras universidades públicas tengan salarios precarizados, mientras la mano de obra tecnificada cobra cada vez más relevancia?

La respuesta está en un modelo educativo rezagado, centralizado en contenidos caducos, ajeno a la revolución tecnológica y desconectado de la realidad económica del país. Mientras el mundo avanza hacia la digitalización, la inteligencia artificial y la automatización, nuestros laboratorios en secundarias técnicas siguen operando con maquinaria de los años ochenta y preparando potenciales obreros para la industria textil o automotriz, pero nada se apuesta en la innovación o el emprendimiento.

No hay orientación vocacional eficaz, ni actualización curricular, ni un modelo de financiamiento que apueste realmente por el conocimiento aplicado. Y lo más grave: en las zonas rurales y marginadas, donde más se requiere una opción de movilidad social real, las escuelas técnicas simplemente no existen o carecen de infraestructura y personal capacitado.

No se trata solo de modernizar el mobiliario. Se trata de replantear la relación entre el Estado y el trabajo. En Morena hemos sostenido que la justicia social implica garantizar el derecho a un empleo digno. Pero ese derecho comienza con una formación pertinente. Es inadmisible que invirtamos cuantiosos recursos en programas asistenciales como Jóvenes Construyendo el Futuro —que, si bien tienen un valor social, son de naturaleza temporal— y que no canalicemos esa inversión hacia un nuevo modelo de formación técnica, que forme a jóvenes en áreas como ciberseguridad, programación, análisis de datos, logística, biotecnología o manufactura avanzada.

Un sistema técnico renovado podría abrir las puertas a más de 300 mil jóvenes que hoy no encuentran opciones viables en el sistema universitario. Además, permitiría incrementar la matrícula gracias a su menor duración y orientación práctica. Las y los jóvenes de hoy no buscan diplomas ornamentales, sino herramientas para insertarse de inmediato en un mundo laboral cambiante, competitivo y globalizado.