La mayor parte de las cosas son sencillas, pero la intervención del hombre las vuelve complejas
Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.
La letra de un viejo bolero dice así: “Sembramos de espinas el camino/ llenamos de penas el amor/ y luego culpamos al destino/ de nuestro error…”
Así sucede con muchas cosas en la vida. Siendo sencillas las complicamos demasiado y luego no asumimos la parte que nos corresponde.
Eso pasa con las religiones, por ejemplo. El cristianismo empezó en un pesebre y se convirtió en suntuosas catedrales, monumentales estatuas, medallones y reliquias de oro y plata, ropajes lujosísimos. Pero además joyas por doquier, coronas, piedras preciosas, relicarios fastuosos, ceremoniales desbordantes, ornamentos deslumbrantes.
Y el punto de partida fue un hombre que no sabía leer ni escribir y sólo vestía una túnica. Otra vez se le vio llegar a un pueblo montado en un asno.
Con las formas de gobernar a los hombres sucede lo mismo.
Se erigieron palacios, torres, castillos, fortalezas, murallas.
La justicia, la paz, la democracia, los parlamentos, los poderes, los partidos, los representantes, todo está investido de ostentación material, formalismos, rituales, toda esta parafernalia en nombre del bien hacer.
En la comunicación ocurre lo mismo. Luces, reflectores, escenarios, verborrea, rodeos, fastuosidad hueca, simulación, actuación, circo, teatro, demagogia, manipulación, enredos, toda esta telaraña para algo que puede ser tan simple si nos guiamos por el sentido común.
Veámoslo como es: en física se dice que la distancia más corta entre dos cosas es la línea recta.
En la comunicación, la distancia más corta entre dos personas es la palabra. Punto.
Pero el ser humano se solaza haciéndose la vida compleja.
La naturaleza misma nos enseña que lo más sencillo es lo más hermoso, lo más llano con frecuencia es lo más elegante.
Obsérvelo en un mágico amanecer, en el crepúsculo allá en los volcanes, en la majestuosidad de un arcoiris, en la maravilla de una bugambilia sin hojas, percíbalo en el petricor de las primeras lluvias de estos días, en la mano diminuta de un niño tomando el dedo del padre, en el plumaje de un cardenal o un colibrí, en el vuelo de un cóndor, en los ojos de una golondrina. Todo esto es de profunda y elemental sencillez… ¡Es la naturaleza, es la vida!
Ser aldeano es ser universal.
Pensando en todo esto es que uno concuerda con las ideas del filósofo Baruch Spinoza:
“El dios de Spinoza es una deidad que se revela a través de la armonía del universo, no como un ser que se interese por las acciones humanas. Este concepto es diferente de la religión tradicional y más cercano a una deidad inmanente y universal, como la naturaleza.
“No creo en un dios que se preocupa por la vida de los seres humanos, sino en un dios que se revela en la armonía del universo, en las leyes de la naturaleza, en la belleza y la perfección de todo lo que existe. Este dios no es un ser personal que nos observa y nos juzga, sino la fuerza cósmica que nos creó y nos sostiene.
“Es el espíritu universal, la energía que anima a todo, la fuente de toda belleza y perfección. Creo en este dios, en este espíritu cósmico, en la armonía del universo.
“El dios de Spinoza se describe como el ser eterno e infinito, que es la causa de todo lo que existe. Este dios no es trascendente sino inmanente, presente en todas las cosas. Es la naturaleza misma, la fuerza que impulsa el universo.
“En resumen, el dios de Spinoza es un concepto filosófico y no religioso, que se enfoca en la armonía del universo y la conexión entre todo lo que existe. Es una visión del universo como un todo interconectado, donde todo está en armonía y equilibrio.”