La economía mundial gira al proteccionismo en un nuevo orden multipolar
El mundo que conocemos, regido preponderantemente por el libre mercado se está transformando. El principal impulsor de este modelo, Estados Unidos, es ahora uno de los principales actores de este cambio.
Los conflictos económicos y la tensión del mundo multipolar que han desafiado la hegemonía estadounidense la han llevado a una crisis de identidad, debilitamiento institucional y una crisis interna inusitada.
En este contexto, la caída de diversas economías desarrolladas no ha sido una coincidencia, sino la consecuencia lógica de un modelo que privilegió la deslocalización industrial, la especulación financiera y la concentración de la riqueza en pocas manos, la usura llevó al límite a la economía de libre mercado. Países como Alemania, Reino Unido e incluso Japón muestran signos de estancamiento, presionados por cadenas de suministro fragmentadas, inflación persistente y una competencia internacional cada vez más agresiva.
Sin embargo, en medio de este panorama convulso, México ha mostrado una resistencia notable. No porque estemos exentos de riesgos, sino porque en los últimos años se ha apostado por una visión alternativa del desarrollo económico. Una visión que, desde la izquierda, retoma la función social del Estado como garante del bienestar y que ha apostado por recuperar el control de sectores estratégicos, fortalecer el mercado interno y diversificar nuestras relaciones económicas.
La economía mexicana ha sorteado con relativo éxito las turbulencias externas. La estabilidad en el tipo de cambio, el crecimiento sostenido del empleo formal, y el impulso a proyectos de infraestructura regional han permitido amortiguar los impactos de la incertidumbre global. Esto no es casual: se trata del resultado de una política que apuesta por la soberanía energética, la inversión pública y una estrategia fiscal prudente pero enfocada en la redistribución.
Pero este momento no debe leerse como un triunfo automático. Es una oportunidad que debemos aprovechar para replantear el modelo económico nacional, anticipar el nuevo orden mundial y prepararnos para diversificar nuestras alianzas comerciales. Hoy, más que nunca, se vuelve urgente impulsar una política industrial de largo plazo, fortalecer el campo, proteger el empleo digno y formalizar la economía. La transición hacia un nuevo orden global debe ir acompañada de una defensa firme de nuestros intereses nacionales, sin caer en la tentación del aislacionismo ni del entreguismo.
Desde el Congreso de la Unión, hemos insistido en la necesidad de legislar en favor de una economía más justa, más verde y más soberana. Lo hemos hecho al presentar iniciativas para mejorar el acceso a la seguridad social, regular los monopolios del transporte, garantizar el derecho a la vivienda y proteger el medio ambiente.
El colapso del sistema multilateral de comercio no es un accidente: es el agotamiento de una lógica que priorizó el capital sobre las personas. Lo que está en juego no es sólo el diseño de las nuevas reglas del comercio global, sino el modelo de desarrollo que queremos construir para las próximas generaciones.
Las próximas semanas y meses serán decisivos. El reto será mantenernos firmes ante las presiones externas, sin perder de vista que los avances logrados en décadas de integración económica deben ahora servir como cimiento para una etapa nueva: una economía al servicio de la gente, no del capital financiero.