Román Sánchez Zamora

Todo está infiltrado, viva el neoliberalismo donde hasta la patria y todo tiene precio

Para Juan Carlos era un juego, para nosotros era vivir o morir, porque sus parientes le sostenían y sabía que el final ellos le heredarían todo, no debía hacer algo para merecer el mundo de sus abuelos.

Su primo José Juan, era parte del plan y acciones.

Dos jóvenes luchando por ser parte de un clan de la clase política, iban a reuniones y hasta le pagaban la noche de cerveza a los amigos para que los acompañaran; poco a poco llevaban más, decían que debían invertir y no les fue mal, entre escándalos fueron concejales y hasta alcaldes, y una vez hasta uno fue ministro de justicia; de ese calibre estaba la clase política y más la politización de esa sociedad.

Y así vivieron la vida loca. Alguna vez tocaron a mi puerta, requerían apoyo económico; de saber sus lejanías, nunca les habría abierto mi puerta, pero ¿quién es adivino?

Con los años resultaron los dos unos magnates de fortunas inalcanzables, ahora exigían se les hablara de usted y bajar la vista, cosas de la soberbia, pero por fortuna jamás les volví a ver solo en notas de un diario de días pasados.

Uno por sobredosis encontró su futuro.

Otro siguió en la lucha por vender su voto como concejal, hasta que lo atraparon en un trato bastante negro, mas negro que sus propios deseos.

Hacía planes para su nuevo cargo y ganancias, cuando llegó su auxiliar y le dijo que se fuera, tomó algo de su escritorio y se marchó; dejó mucha evidencia de nombre y apodos, más valía desaparecer y así lo hizo. Todos esos nombres identificados fueron ubicados.

Un día solo un camión de carga quedó sin frenos y por alcance lo dejó triturado, como sus sueños, iba a reunirse con un jefe mañoso que deseaba conocer.