Vienen los primeros días de análisis. Habrá que abrir los ojos y mente y desechar prejuicios
Con los protocolos y tradiciones del caso se consumó el cambio de poder en el país.
No es un acto intrascendente ni menor. Pensemos en que para llegar a ese punto hubo una candente lucha electoral, ambiente crispado, jalones y resistencias.
Derrotas duras, triunfos efusivos.
No violencia electoral grave como en otros países. Sí manchas delictivas inadmisibles por la intromisión de la delincuencia organizada, por cuenta propia o en colusión con poderes locales.
Pero eso quedó atrás.
Hoy Claudia Sheinbaum carga el peso y marca el paso. Hay quienes estiman que los primeros diez o veinte días serás cruciales para analizar con mayor precisión qué trae entre manos.
Son y serán días simbólicos. Los símbolos en política son sumamente importantes. Comprende la lectura e interpretación de sus líneas esenciales de gobierno. Descifrar su dirección, el lenguaje verbal, el corporal y el registro de las acciones.
Sus primeros y principales vínculos. Los integrantes del equipo cercano. Los matices de su actuar en cada día.
Pero no sólo eso, que de suyo entraña una gran importancia. También, con un peso específico digno de análisis, las reacciones de quienes le son adversos.
Ella tiene atrás un respaldo enorme. Carga de votos, aliento de multitudes, refrendo de actores y grupos de poder. Gran parte de esto ha quedado en evidencia en la asunción del poder. Con todo esto cuenta. Un apoyo sin duda extraordinario, superior en algunos casos al del mismo López Obrador.
Pero está lo otro. Los opositores expresos, militantes, activos en varios frentes. Y los otros, los que actúan en penumbra, al amparo del anonimato o con métodos invisibles pero muy efectivos por la vía de las presiones (internas y externas), con el patrocinio económico o a través de los medios.
Esto comprende los frentes internos y los extrafronteras, con los Estados Unidos en un sitio preponderante.
Claudia transitará en estos días y meses en un clima de acomodos y reacomodos. Suelo movedizo, compromisos genuinos, o simulaciones para obtener algo.
Habrá quienes la pongan a prueba de modos diversos, le busquen arrancar trozos de poder. Unos en lo inmediato, otros a mediano plazo.
Habrá quienes se queden en la epidermis: se ocupen de revisar, cotejar, comparar estilos, modos y modales del pasado reciente. La personalidad y forma de Andrés Manuel y el comportamiento de ella. Será interesante, pero lo de fondo es lo que cuenta.
En estos casos no falta o más bien abundan, las apreciaciones muy comunes y reiterativas, de anticipar juicios y lanzar pronósticos con una carga funesta.
Unos dirán que el actuar de López Obrador ha sentado un precedente insuperable. En los aciertos. Pero también marcas negativas o graves en el ejercicio de gobierno.
Pero aún con las dimensiones de los aciertos o fracasos, nada de esto es para siempre. Ni todo lo malo es fatal e inexorable ni todo lo positivo e inédito es imitación, ocurrencia, sueño o utopía.
El estilo es el hombre. En este caso mexicano, la mujer.
Lo primero es dejar gobernar a Claudia.
Lidiar con la oposición, en todos sus niveles y formas, es lo común en una democracia. Y en México estamos apenas inaugurando este ejercicio luego de más de tres décadas de partido hegemónico y alternancia casi invisible, para decirlo de otro modo PRI y PAN fueron casi lo mismo.
Lo de ahora es otra etapa. Hagan a un lado prejuicios y opiniones imberbes. Es bueno dejar atrás eso que se ve tan pobre, común y rupestre en medios y redes: los comentarios y chismarajos desinformados, calumniosos o con cargas emocionales infantiles o ceguera voluntaria.
El nuevo gobierno deberá ver con otros ojos a la oposición real, a la oposición inteligente, seria y respetable. La escasa que hay o la que pueda construirse de ahora en adelante.
Y en paralelo, deberá afrontar con hondura, compromiso y estrategias, los problemas más importantes que gritan su presencia: inseguridad, corrupción, educación y salud, por citar a los más visibles.
Y por supuesto, dar resultados.
Que hablen más los hechos que el discurso.