Las creencias liberan al miserable, el cual no es el pobre sino los que viven y gozan del mal
Cuando te llega una desgracia, sientes que te persiguen, cuando los negocios no van bien, le buscas y primero es a la envidia en los demás; alguien habló con alguien y por eso las cosas no se dieron, de lo real se pasa a las creencias.
Alguien te vio feo, sintió que su carro era menos brillante que tuyo y por algo desató la envidia de las personas y por eso como un llamado a la justicia divina, por el ver mal o el escupir o por poner una hoja con su nombre a la luz de la luna, su fortuna se ha de caer.
Por eso hay que hacer todo en secreto porque de otra forma, si uno fracasa, hay que dar cuentas, como si eso fuera necesario o se hacen comparaciones para ver que entre la miseria hay más miserables que otros, porque solo se compara el dolor ajeno y no las alegrías.
–¿Y el compadre?
-Cada vez más pobre, pero yo le dije que no gastara de más y él insistía que estaba haciendo negocios.
-Esas relaciones amorosas fuera de la iglesia nunca dejarán algo bueno.
-Eso le dije a mi compadre.
–Miren a su padrino. Por eso deben ser leales, sumisos a nuestra fe, cargar su cruz y verán que las cosas son mejores.
Los hijos solo escucharon y vieron que al padrino pronto le iba mejor; nuevamente se volvió a levantar, lo de su familia pasó a segundo plano debido a que él sabía de la distribución y era un mediador entre los fruteros y bodegueros de la capital.
-Solo me fui unos años, era necesario revalorar mi vida, mi familia que ya no está conmigo, pero que vive en mí, y a mis generosos amigos, la tormenta maligna ha pasado y la pudimos librar.