Xavier Gutierrez

Aprender a debatir, una necesidad urgente para crecer como ciudadanos

El vacío que dejará el presidente López Obrador dentro de unos días dará lugar a un océano de comentarios de todo orden. Sin duda ningún político en el México contemporáneo ha dejado una cauda de esas dimensiones.

Bienvenida la crítica, por supuesto. Criticar, en su etimología, es “separar, decidir”. El crítico es quien separa lo bueno de lo malo. Desafortunadamente, no es esto lo que vemos, leemos o escuchamos en México. Se confunde con la descalificación, el rechazo absoluto, y frecuentemente el odio cargado de insultos.

En el lado extremo abundan, aunque en menor proporción, los juicios elogiosos con proporciones de adulación desmedida.

Proceder así es parte de la idiosincrasia de una gran proporción de los mexicanos. Y se da en todos los ámbitos. Comentarios con una carga negativa absoluta abundan en una organización civil, un sindicato, en las agrupaciones de paterfamilias, de vecinos, en una empresa, un gobierno, casi en todas partes.

Hay que admitirlo, no sabemos discutir con razones. Una junta de cualquier categoría, a los pocos minutos se convierte en un duelo de sinrazones. Brotan los que elevan la voz, pero no la calidad de sus comentarios. Se confunde tener volumen, gritar, con tener razón. Cuando precisamente la razón no requiere de altisonancias ni provocación.

No exagero, compruébelo en el ámbito donde se mueva. Hágalo incluso como ejercicio de análisis, como propósito de ensayo para aprender. En las universidades se puede usar como magnífico laboratorio un salón de clases, por ejemplo.

Una discusión sobre un tema cualquiera tiene tantas caras como un poliedro. Y hay modos que son, quizá sin pretenderlo sus practicantes, realmente sabotajes.

Una característica muy común es el comentario de burla. Se ironiza y ridiculiza al que no piensa como uno. Incluso, el que se cree más sabio, usa términos grandilocuentes. Busca imponer su “sabiduría” o grandeza todo el tiempo, y suma a su causa a dos o tres que siguen su estilo.

En su apoyo recurre a uno que otro dato estadístico lucidor pero que con frecuencia no resiste el análisis, es uno de los sobados lugares comunes o una leyenda urbana. Se escuda en la burla, el chascarrillo, saca las maneras más vulgares de un cómico mexicano corriente y busca ganar a toda costa con el papel de chistoso. Tristemente, una parte no escasa de la concurrencia cae en la trampa y estalla en carcajadas con los desplantes del “simpático” de la reunión.

Otra fórmula muy común es interrumpir al que está hablando. Quien así procede suele tener posturas anárquicas, ferozmente agresivas que no admiten opinión en contra. Y ante el llamado al orden de quien dirige el debate “voltea” al instante la estrategia y sale con el “no me dejas hablar…déjame hablar”, cuando fue él precisamente quien utilizó esta argucia seis veces anteriores.

Un recurso más es la información sin sustento. Se multiplican las aseveraciones de díceres sin fuente, afirmaciones sin sustento en la lectura, el estudio o la confiabilidad del testimonio documental o personal. En términos comunes son chismarajos de vecindad.

Atrás de estos procederes queda evidente la enorme ausencia de lectura de los polemistas. O los que tienen por toda fuente lo que oyeron por ahí, las ligerezas escuchadas de un locutor de televisión o radio o las peroratas de un opositor contumaz de visión unidireccional, cargado de prejuicios y odios.

No faltan quienes exhiben en tales discusiones problemas psicológicos de infancia. Son aquellos que gozan aprovechando una reunión de estas para desfogar complejos, resentimientos, rencores o frustraciones muy personales.

Gritan sin pedir la palabra, son profesionales opositores de todo, alardean de conocimiento y poder y desafían a más de uno. Auténticos casos patológicos que así actúan en una junta, en una cantina o en la propia casa.

Hay otro grupo en esta clase de deliberaciones que generalmente aglutina a poco menos del diez por ciento de los concurrentes o convocados. Estos manifiestan eternamente una oposición a todo. Hayan estado o no en la junta, conocido o no el tema, pagado o no sus cuotas, tener vigentes o nos sus deberes o derechos. Estos sujetos levantan vigorosos la bandera del anti todo.

Se mueven como resortes impulsados por un protagonismo irredento. Constituyen una especie realmente peligrosa, porque dan al traste con las mejores intenciones, sabotean todos los avances y atoran o frustran las más nobles intenciones. Impiden o matan un saludable propósito de intercambio de ideas.

Este virus social es problemático, pero tiene remedio. Basta explicar su existencia a los concurrentes, advertir sus procederes y buscar de modo inteligente su aislamiento a partir del paupérrimo peso de su número y la pobreza bajuna de sus intenciones.

Tristemente mucho de lo aquí descrito habremos de escuchar en estos días, en lugar de la práctica de una crítica madurasensata y necesaria para aprender a crecer en sociedad.

Quizá se impone aquí un reclamo urgente e indispensable, para que en las escuelas y particularmente en las universidades, se abriera una serie de ejercicios/escuela para aprender-haciendo la sana práctica de debatir todo aquello que importa en la sociedad. Sería de enorme provecho para todos, un elemental intento de lograr entendimiento a partir de la palabra y la razón.

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