*Felipe Incháustegui Calderón

Conocí a Cesar Musalem Jop hace más de 30 años, en un distante curso de capacitación política al que un poco de casualidad llegué, más por distraer algunas horas de mi tiempo estudiantil, que por tener deseo de aprender algo novedoso, ideológicamente hablando.

Ahí con ese característico tono de voz, su ánimo crítico hacia el sistema político que conocía, desde las entrañas de la bestia, pues en ese entonces ocupaba un cargo de importancia en el gobierno del Estado de Puebla. Animaba a la lectura para tener mejores conocimientos y sobre todo posibilidades de entablar plática con personas quizá en ese entonces, con más conocimiento a mis años de juventud.

Al primer ensayo que le entregué, recibí su mirada de águila y su firmeza de voz, diciéndome que si quería que él la leyera debía aprender a ser profesional y no entregarlo a mano, así que me di a la tarea de buscar una máquina mecánica para poder entregarle mi escrito.

De ahí pasaron varios años, de entrada, toda mi carrera universitaria conviviendo gran parte de mis días a lado de César, ahí con él gane mis primeros pesos siendo estudiante de derecho, mi primer traje, mis primeras publicaciones en medios o participaciones en programas de radio, mi primer corrida de toros de lidia, mis primeras incursiones en la ya de por sí desgastada política, con él, conocí a personajes como Monsiváis, Donoso, Don Mauro o el entrañable Gabriel Sánchez Andraca.

La leyenda, reflexionaría Mario Alberto Mejía, va más allá de su ideología política o su profunda crítica hacia la carencia intelectual de los interesados en participar en política y gobierno de esos años, que tristemente sigue siendo una realidad, en el entorno de nuestros días rodeados de infinidad de comentaristas y politólogos de las redes sociales.

Su adelantado espíritu municipalista para la época, aún hoy sigue siendo adelantado, sus charlas que más que platicas eran cátedras de vida, llegaron hasta la infinidad de personas que ayudo a moldear en la manera de ver la vida.

Escribir los años vividos a su lado implicaría exceso de páginas llenas de anécdotas, recuerdos y consejos que se volverían eternos en la lectura y en mi mente.

Aburriría quizá a los pocos lectores, por eso me limito a reconocer que le debo mucho más de lo que yo mismo creo.

Homenajearlo es más bien recordarlo….

¡Hasta las Galias! Querido Cesar…