Las construcciones sociales dependen de esa mirada de soledad, de ese grito ahogado en el ser
Él llegó temprano a casa, no deseaba saber de nada ni de nadie.
Entró una llamada… “No, no tengo ganas de salir, pero si pasas por mí, con gusto vamos”.
No cruzaría la ciudad, sólo por ir por un café.
Ella llegó dos horas después; él pensó que seguro le había pasado algo.
El café, normal, hablaron como siempre, rieron como acostumbraban, pero se abrazaron como nunca, se durmieron por más de tres años, en un éxtasis que buscaba unirlos para siempre.
Una mañana, como muchas fueron a desayunar, sonrieron, charlaron y esa fue la última; por días nunca hubo más llamadas ni mensajes, ni citas, ni nada, sólo un correo electrónico escueto, con un firme adiós.
Por muchos días, por muchas noches él se preguntó del por qué, qué pasó, quizá lo que ella dijo un día, que no eran sus mundos compatibles -si buscamos la compatibilidad ya no habría humanos- y se tomaron de las manos, él beso su mano, más tarde ella hizo lo mismo.
Por muchos días esperó su llamada, por muchos días su sonrisa estuvo en su mente, le llamó y nunca respondía.
Los celos le invadieron, con quién estaría, en qué lugar ella estaría, todo terminaba con un gran suspiro.
–Nunca debí verla esa tarde, nunca debí siquiera conocerle.
El día de su cumpleaños, él llegó con un ramo de flores, ella gritó de emoción, todos se dieron cuenta que allí había algo más que amistad, algo más que lo profesional.
La mamá de ella lo sospechaba, pero nunca quiso preguntar.
Él, le propuso varias veces que vivieran juntos, un día ella aceptó y él no llegó por un viaje de trabajo, ella pensó que no fue así y dejó ese ansiado sueño.
–Vivamos juntos ahora mismo.
Se fue, rabia, venganza… olvido.