Cada instante de la vida, cada momento se atesora porque es propio y se refleja en la sonrisa
Él tomo sus lentes. Era la primera compra del primer trabajo; unos lentes que sabía desde los doce necesitaba pero que hoy a los 22 los compraba.
El mundo era diferente. Ahora sí podría leer más, leer los libros que ahora sí podía comprar y no solo ver en el aparador, ahora sí veía la luna clara y no el fantasma que observaba en sus noches de soledad a un lado de un montón de basura.
Una tarde, él caminaba por una calle céntrica de la ciudad y la vio a ella, de la mano de otro, al verlo no sabía él qué decir o hacer, sonrió y le dijo que pasara un gran día; por supuesto que él se sintió mal, llegó a una biblioteca que por dos años fue su refugio y allí encontró un libro de amores y de corazones rotos que decidió leer. Cada tarde estaba allí para continuar.
Su ego arrancado, su vida sin idea, y leía una crónica de alguien que le arrancaron también la vida así, era en tiempos de un exgobernante que se apropió de terrenos para hacer una presa, que aun hoy goza de capitanía de puerto, la única en el país.
-¿Podrías darme tu hora?
-¿Qué lees?-
Fueron las palabras que ella le dijo a él.
En lo obscuro de una noche le dijo ella a él: “te vi tan intelectual con tu libro y tu diario que me encantaste”; ella, con esos labios tan hermosamente formados y sus dientes perfectos se pudieron ver en la noche… Él le abrazó…
Fueron dos semanas de amarse mutuamente, dos semanas en donde se dijeron todo…
–Lo siento, pero me das miedo; tu ingenio me hace amarte, pero tu genio me hace desear toda, toda mi vida contigo-, dijo ella y volvió al lecho familiar….